Mykonos (Grecia): 11 de Noviembre del 2012
Mykonos
La visita a Mykonos fue un retornar a Grecia, a la pulcritud de un plácido pueblo de cuento donde el tiempo parece detenido.
El día era ventoso y, dejando nuestro imponente Zenith atracado en el puerto, subimos por una serpenteante y estrecha carretera hacia la villa.
Tuvimos dos importantes golpes de suerte. El primero fue, que al ser Noviembre, el lugar estaba solitario de turistas, lo que nos permitió hasta entrar en las pequeñas iglesias junto con los niños que acudían a su clase de Catequesis y escuchaban atentos al orondo y barbudo sacerdote. También andurrear como protagonistas únicos por sus limpias callejuelas, de un blanco impactante salpicado de explosivas buganvillas carmesí.
El otro golpe de suerte fue hacer nuestro recorrido con Sonia y Fernando. Como Sonia es guía turística mantiene unos ciertos “tics” profesionales, que, unidos a su inagotable energía y buen humor, nos brindaron el privilegio de hacerlo todo intenso y divertido.
Recorrimos la “Petit Venice”, con sus casas literalmente colgando sobre el mar, nos dirigimos a sus emblemáticos molinos bailando y entonando los compases de Zorba el Griego en su fantástico “crescendo”. Luego, Fernando, que es como un niño grande, se lanza a practicar cabriolas y acrobacias tentándonos a todos a hacer el ganso y reírnos a contraviento. Pero en elasticidad nos gana Sonia, que parece de goma y que probablemente sea una rencarnación de una artista circense de otra época.
Nos sentamos en la placita del pueblo, muy cerca de donde habita uno de los pelícanos (que es el icono representativo de la isla) y tomamos nuestra cerveza envueltos en el ambiente marinero y masculino de la fauna portuaria. Por ejemplo, en la mesa contigua y detrás de nuestros hombres, estaba plácidamente sentado el hermano menor de Demis Roussos, que, con su coleta, pasaba la mañana sin el menor asomo de stress.
Después, gracias a la memoria fotográfica de Sonia, entramos en un horno de mil años, y Fernando, que es un trasto travieso, se subió en la moto de repartidor que había en la puerta. Nos hace imaginar que es el ufano vendedor que recorre las callejas vendiendo panes y rosquilletas de sésamo.
Porque este pequeño pueblo es una maqueta construida con primor por la mano de Dios y de sus isleños en blanco puro, azul añil y vivo rojo en donde uno se vuelve pequeño y alegre como los personajes de los cuentos.
Carmela